La selección española femenina cuenta los partidos de preparación por victorias. Ante Cuba, en el último encuentro del Torneo Provincia de Palencia, volvió a mostrar su capacidad para interpretar el juego desde la eficacia y la brillantez.
MIGUEL PANADÉS / ÁREA DE COMUNICACIÓN FEB
Tres minutos para poner los motores en marcha, tres minutos para anotar la primera canasta y recuperar ese engañoso 0-4 con el que Cuba quiso presentarse en el partido. Y a partir de ahí minutos de excelencia que permitían a España agrandar aún más la diferencia de nivel con respecto al rival. En los siguientes siete minutos hasta el final del primer cuarto un 21-3 de parcial generado desde una exquisita defensa digna de ser expuesta en cualquier curso de entrenadores en el que nuestras jugadoras defendían los bloqueos negando o anticipando, recuperando, encontrando segundas y terceras ayudas tras cada “dos contra uno” con una precisión e intensidad, con agilidad física y mental extraordinarias. Juegan de memoria no sólo en ataque sino en todos y cada uno de los conceptos defensivos y si bien tanto elogio puede resultar excesivo teniendo en cuenta que delante estaba un rival teóricamente inferior – no físicamente -, la virtud se encuentra en la capacidad de concentración que todas, sin excepción, sepan lo que tienen que hacer en cada momento.
Partido roto en pocos minutos y sin embargo y como si el marcador no existiera, misma vocación por crear baloncesto en ataque y en defensa, por encontrar placer en construir y en destruir, en jugar largo en ataques posiciones o en romper la defensa con rápidas transiciones. Y todo ello desde el esfuerzo justo, constante, sensato. Porque en esta selección española nunca encuentras desidia como tampoco exageración. En según qué partidos adquieren ese ritmo constante que va encadenando acciones desde… sí, desde la armonía. En el minuto 15, 31-8 y al descanso la ventaja era descomunal (40-16) y ya no tanto por lo que indicaba el luminoso sino por lo que sucedía sobre el parquet.
Y en la segunda parte, más de lo mismo pero viajando los dos equipos mentalmente en direcciones opuestas. Porque de la misma manera que las jugadoras cubanas notaban en las piernas y con ello en la vocación defensiva, el desgaste de un marcador adverso, las nuestras insistían en una defensa intensa, en una propuesta continua de contraataque, en una lectura perfecta de las debilidades del adversario. El marcador ampliaba progresivamente diferencias, 64-29 al final del tercer cuarto, y España disfrutaba de una nueva y contundente victoria, con todas las jugadoras anotando asistiendo, encontrando en las esquinas los lugares donde no llegaba la defensa cubana, cada convertida en una manta corta incapaz de tapar todas las amenazas españolas.